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Shomik Mukherjee

Un año después, esta familia aún se recupera de un horrible accidente que la destrozó

ANTIOCH, California— El mensaje garabateado con plumón en un globo de color rosa brillante —"Hola, Sela, te quiero y te extraño"— se desvaneció lentamente mientras flotaba en el cielo despejado sobre el cementerio de la Santa Cruz.

Se unió a otras docenas de globos de color caramelo que llevaban mensajes conmovedores en memoria de Sela Mataele, de 7 años, y de su figura paterna más cercana, Ramiro Castro, quoienes murieron en un terrible accidente hace un año, el 12 de abril de 2021, a manos de un conductor ebrio reincidente.

Mientras los amigos y familiares reunidos para la ocasión levantaban la vista, la madre de Sela, Corrina Rosalez, desvió la mirada. Miraba fijamente al suelo, secándose los ojos para que sus dos hijos —quienes, junto a ella, resultaron gravemente heridos en el mismo accidente— no notaran las lágrimas.

Ha sido un año angustioso para Rosalez, quien ha tenido que dejar de lado su dolor para pagar las crecientes facturas médicas del accidente, revivir el trauma asistiendo a las comparecencias judiciales del conductor que chocó contra el Corolla de su familia y ayudar a sus dos hijos a intentar superar la tragedia.

"La gente me dice que soy fuerte, pero yo no lo siento", dijo en la reunión conmemorativa, sentada en el césped frente a las parcelas de entierro de Sela y Castro.

"No estoy preparada para enfrentarlo, nada de eso", dijo. "No estoy emocionalmente en ese lugar justo ahora. Sé que estoy aquí físicamente, pero creo que me he alejado de mucha gente. Y no me gusta escuchar que todo va a salir bien".

Rosalez no puede controlar los ocasionales destellos de imágenes de aquel fatídico día. Pueden aparecer cuando está sentada sola en el tráfico o cuando su teléfono le envía un recuerdo fotográfico aleatorio de una Sela sonriente a la pantalla de bloqueo. Es entonces cuando las imágenes del accidente vuelven a aparecer.

Se estaba quedando dormida en el asiento del copiloto aquella noche del pasado abril, mientras Castro, su novio desde hacía cinco años, llevaba a la familia a casa después de cenar en Golden Corral Buffet & Grill en Concord.

Sela, Nicholas y Julian (quienes entonces tenían 7, 5 y 2 años, respectivamente) se estaban calmando en el asiento trasero después de una subida de azúcar, mientras el Corolla de la familia bajaba por West Leland Street hacia el parque John Henry Johnson en Pittsburg.

De repente, un Camaro que circulaba a gran velocidad chocó contra la parte trasera del Corolla, matando a Castro en el acto e hiriendo gravemente a Sela, quien fue trasladada por aire a UCSF Benioff Children's Hospital en Oakland y declarada muerta allí mismo.

El conductor del Camaro, Christian Ricardo Vargas, de 25 años de edad, quien ya había estado en libertad condicional por una infracción anterior por conducir bajo los efectos del alcohol, fue detenido en el lugar de los hechos. A principios de este mes, se declaró culpable de dos cargos de asesinato y un cargo de causar una lesión por conducir en estado de ebriedad dentro de los 10 años de un delito anterior de DUI.

Rosalez está trabajando en la declaración que leerá en la audiencia de condena del 6 de mayo, en la que Vargas se enfrenta a una posible condena de 21 años a cadena perpetua.

Durante las entrevistas concedidas el año pasado a esta organización de noticias, Rosalez no ha hablado mucho sobre Vargas, aparte de decir que sigue profundamente enfadada con él. Ha estado demasiado preocupada por el precio físico y mental que supone tener su vida destrozada.

Empezó a buscar trabajo en noviembre, después de que se le curaran las costillas, aunque todavía tiene que arreglar algunos de sus dientes rotos. Después de pagar la renta, los servicios públicos y la comida, lo que queda de su cheque mensual de asistencia social se destina a las lápidas de Sela y Castro en el cementerio de Antioquía. Gran parte de los 54,000 dólares recaudados en el GoFundMe de la familia sirvieron para pagar el funeral de Sela y un coche nuevo, porque el Corolla no estaba asegurado.

Después de meses de entumecimiento intercalados con ráfagas de adrenalina, la vida sin su hija y su pareja había comenzado a sentirse crudamente real.

"Es difícil con todas estas fiestas que se acercan", dijo Rosalez el pasado otoño. "El Día de Acción de Gracias era el favorito de Sela; el año pasado le preparé un puré de patatas increíble y Ramiro estuvo entreteniendo a los niños todo el día. Ahora es difícil que me guste hacer algo, incluso ver la televisión, porque me recuerda a ellos".

Rosalez podría haber aprovechado los servicios de terapia ofrecidos en el hospital Walnut Creek en donde fue tratada, pero estaba demasiado ocupada reprendiéndose a sí misma por no haber encontrado todavía un trabajo, así que no lo hizo. "Tengo que darme prisa y encontrar algo", dijo en ese momento.

El espeluznante accidente hizo que el Ayuntamiento de Pittsburg debatiera la necesidad de aplicar más medidas de control de alcoholemia y de reducción del tráfico en West Leland Street, una importante vía que los conductores usan a menudo como alternativa a la autopista 4.

"Es una situación difícil cuando los recursos no siempre están ahí, pero creo que la comunidad se une para apoyar a las personas que lo necesitan", dijo la vicealcaldesa de Pittsburg, Shanelle Scales-Preston, en una entrevista. "Me duele el corazón por ella, siendo una madre más".

Preston, quien asistió con otros funcionarios de la ciudad a una vigilia de la comunidad para la familia poco después del accidente, dijo que, si Rosalez alguna vez quiere celebrar otro memorial público, "ella solo tiene que decir la palabra y vamos a ser parte de él".

La escuela primaria Heights, por su parte, ha dedicado una banca del campus en memoria de Sela, la niña de segundo grado que irradiaba alegría y saludaba a todo el mundo con abrazos.

Al cumplirse este mes el primer aniversario de la tragedia, Rosalez empezó a trabajar de tiempo completo como cuidadora en una residencia para ancianos y discapacitados.

Aunque a veces las horas pueden ser largas, "en cierto modo me recuerda a cuidar de mis hijos", dijo.

A sus seres queridos no les sorprende que Rosalez se esforzara por encontrar un trabajo a pesar de que las lesiones físicas y el trauma emocional persistieran durante meses después del accidente.

"Es una mujer muy lista", dijo su cuñado, Kava Mataele. "La conozco desde la escuela secundaria, e incluso antes de Ramiro hizo mucho por sí misma por los niños. Ahora va a hacer cosas aún más grandes, y vamos a intentar darle todo el apoyo que necesite".

Aunque los asistentes a la liberación de globos de la semana pasada llevaban camisetas negras dedicadas a Sela y Castro, la escena parecía una celebración más que una vigilia luctuosa.

Nico, de siete años, jugaba con otros niños en el pasto del cementerio, rebotando con un júbilo que contradice las tres cirugías y los meses de estar en una silla de ruedas.

"Ha sido un año difícil", dijo la tía de Rosalez, Adrianna Rosalez, mientras observaba a los niños jugar. "Ahora están de pie y se mueven. Gracias a Dios han llegado muy lejos".

En un momento dado, Nico se acercó corriendo a su madre por tercera vez esa tarde para enseñarle una nueva foto que acababa de tomar con la cámara de su celular.

"¡Luego la veo!", le dijo ella. "Ve a jugar con tus amigos; mamá está ocupada ahora mismo".

Pero, mientras Nico volvía a trotar junto a su hermano Julián, Rosalez les sostuvo la mirada unos instantes más, asegurándose de que sus hijos estaban a salvo en un mundo que sabe que no siempre hará lo mismo.

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