El panorama político español se ha endemoniado vertiginosamente después de las elecciones del 23 de julio. Y Alberto Núñez Feijóo se empeña en ir a la investidura directamente a riesgo de salir escaldado. Para frustración suya, la calculadora no hace milagros y es tozuda, aunque la investidura ‘fake’ a la cual se quiere entregar puede servir para poner en marcha el reloj y poner presión (y prisa) a la negociación de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes y vascos, aunque quiere intentar una suerte de gran coalición con los socialistas por lo menos para ser investido. Por ahora, el líder del PP tiene el apoyo público de los barones territoriales, como Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno Bonilla, aunque la madrileña se ha encargado de reivindicarse pocas horas después de las elecciones con un discurso que es masaje y varapalo simultáneamente.
En cualquier caso, el hecho de activar o no la cuenta atrás para unas nuevas elecciones tiene otro protagonista. Depende de un tercero. El rey Felipe VI tendrá el encargo de encargar la investidura después de la constitución de las Cortes, aunque la ley no aclara si tiene que encomendar la misión al más votado (Núñez Feijóo) o al que puede recoger más votos para ser presidente del Gobierno (Pedro Sánchez).
Hasta el momento el PP está obstinado a intentar la investidura de Feijóo, por mucho que los números sean una auténtica utopía aunque el voto de los residentes españoles en el extranjero (CERA) le haya dado un escaño más a los populares en detrimento del PSOE. Pedro Sánchez necesita ahora un sí de Junts a su investidura, no solo una abstención. Y es en el contexto de este nuevo escenario que Feijóo ha pedido por carta una reunión urgente a Sánchez para que le vote como nuevo presidente al haber sido el PP la primera fuerza en las urnas del 23-J.
Difícil. El hecho de que Vox forme parte incuestionable de la ecuación ha propiciado el portazo inmediato del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Coalición Canaria, que no quieren saber nada de acuerdos con los de Santiago Abascal por el medio. La extrema derecha representa un factor de aislamiento y provoca hostilidades parlamentarias. Sin embargo, según Feijóo, su deber es intentarlo y, por eso, está convencido de hablar con el PSOE y otros grupos parlamentarios. No quiere quedar como Inés Arrimadas en 2017, cuando desistió de negociar a pesar de haber ganado claramente las elecciones autonómicas post155. “No renunciaré a conseguirlo”, aseguró el día después de las elecciones ante los barones.
La insistencia por intentarlo puede responder a una estrategia de activar lo antes posible el reloj para la repetición electoral, que se pone en marcha a partir del día en que se produce el primer debate de investidura, que se tiene que resolver por mayoría absoluta. Si eso pasa, las elecciones quedan convocadas automáticamente dos meses después si en este lapso nadie consigue los apoyos para ser elegido. El encargado de escoger candidato es el rey Felipe VI, que empezará la ronda de contactos una vez se constituyan las Cortes Generales. Y esta es la única certeza: la formación del Congreso y el Senado será el 17 de agosto, fecha en la que se escogerá la configuración de las mesas. En esta negociación, el PSOE puede dar pistas y puede empezar a seducir a los independentistas, ofreciéndoles la posibilidad de tener grupo propio.
Las urnas del 23-J también han originado una guerra abierta entre el PP y Vox. En Génova no digieren nada bien que Santiago Abascal se descolgara a media campaña prometiendo un 155 duro y una “intervención permanente y duradera” en Catalunya. Este exabrupto contrastó con el mensaje de “conciliación” y “cordialidad” que enviaba Alberto Núñez Feijóo cada vez que pisaba las comarcas catalanas. Y consideran que fue un regalo para Pedro Sánchez. Se ha encargado recordarlo el presidente de la Junta de Andalucía y uno de los contrapesos en el PP, Juanma Moreno Bonilla, desde el parlamento. “El mayor aliado que ha tenido Sánchez ha sido Vox. Cuando Vox va a Catalunya, dice que se liará la mundial y que aplicará un 155 permanente… ¿Qué reacción creen que van a tener los ciudadanos?”, preguntó enfurecido a los diputados ultras andaluces.
Con todo, Vox también tiene un problema. Repetir elecciones generales supondría un mal negocio para los ultras, teniendo en cuenta que este hipotético escenario sería un revulsivo para el Partido Popular, que aglutinaría todavía más el voto útil y debilitaría la posición a la baja de Vox. Después de engullir a Ciudadanos, el PP también se afana por recuperar el terreno entregado a la extrema derecha y volver a ser la única fuerza a la derecha del PSOE. En el camino de la negociación, también juega un elemento extra que supera la geografía de Madrid. Habiendo llegado a pactos en el País Valencià, Extremadura, Castilla y León y las Islas Baleares, el PP y Vox mantienen bloqueadas las investiduras de Murcia y Aragón, que pueden enquistarse y convertirse en moneda de cambio.
“Por descontado”. Así respondió Isabel Díaz Ayuso a las preguntas de los periodistas el día después de las elecciones que querían saber si Feijóo tenía que ser el candidato del PP en una hipotética repetición electoral. Pero cuando le preguntaron si el liderazgo del gallego estaba en duda después de la victoria insuficiente en las urnas, la presidenta madrileña respondió diciendo “no lo creo”. Aquella afirmación poco contundente dio lugar a la interpretación y evidenció que Ayuso siempre me da una fría y una caliente.
Que Ayuso quiere salir en la foto y se postula como una alternativa en la sombra quedó claro el miércoles pasado, en el momento en el que la madrileña torpedeó la estrategia de Feijóo para seducir al PSOE, a quien el gallego trataba de “partido de Estado”. La fría la dio cerrando filas con él como líder y la caliente la otorgó advirtiendo que “no se puede pactar con el desastre”, en referencia al PSOE, de quién dijo que “ya lo tenía hecho” con los independentistas. Dicho de otra manera, Ayuso le señalaba el camino a seguir: que desistiera, que pasara olímpicamente de Sánchez y asumiera que era carne de oposición. Ella se mantiene en la retaguardia.
El PP, como el PSOE, también tiene sus jarrones chinos, que han pasado en la acción. Así como José María Aznar y Mariano Rajoy han empujado religiosamente la candidatura de Feijóo, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se reivindica como un verso libre. Principal defensora del hacer de Ayuso, ha sido la primera en poner en cuestión la estrategia del PP cuando Feijóo afirmó que “prefería al PSOE” antes que lo extrema derecha: “Eso creo que es muy difícil de vender al electoral del PP, que en gran parte es el mismo de Vox”.
En la sede de la calle Génova de Madrid asumen que han sido víctimas de sus propias expectativas, hinchadas persistentemente por las encuestas privadas. El mismo Feijóo, el día de la resaca electoral, reconocía que no habían alcanzado “las expectativas”. En una campaña electoral que arrancó como un trueno después del cara a cara con Pedro Sánchez en Atresmedia, los ánimos se fueron fundiendo a medida que pasaban los días a raíz de las mentiras en Televisión Española sobre la revalorización de las pensiones y el desgaste por las fotos de Feijóo con el narcotraficante Marcial Dorado que la izquierda sacó a pasear.
Y prueba de este mal presentimiento es que, durante la noche electoral en el local de los populares, no se veían ni portavoces ni dirigentes del PP circulando ni buscando el contacto con periodistas. La burbuja de las expectativas estaba a punto de explotar.
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Editado por Alberto Arellano y Newsdesk Manager