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Daniel Carvalho

Entregas de efectivo salvan a los más pobres de Brasil, y la campaña de Bolsonaro

El vendedor ambulante Matheus Silva, quien vende sus productos al borde de la carretera de la localidad noroccidental de Salgueiro, tiene una nueva línea de productos en este año electoral.

Además de los limpiaparabrisas, las fundas para los asientos de coches y las hamacas, que son su principal actividad, en un reciente día de la semana Silva vendía toallas a 35 reales (7 dólares) cada una con las imágenes de los dos principales candidatos a la presidencia. Al final de la tarde había vendido cuatro con la imagen del presidente Jair Bolsonaro y seis con la de su probable contrincante, Luiz Inácio Lula da Silva, pero añadió que había vendido más Bolsonaros antes en la ciudad vecina de Cabrobo.

"Es un empate", concluyó Silva.

Tras un turbulento mandato de cuatro años en el que desestimó al COVID-19, se enfrentó al poder judicial y redujo la protección del Amazonas, Bolsonaro, de 67 años, está por detrás del ex presidente en las encuestas para las elecciones presidenciales de octubre. Pero las señales de apoyo, incluso en lugares como Salgueiro –en el estado natal de Lula, Pernambuco, nada menos–, sugieren que el actual presidente no está todavía fuera de combate.

Una gira por tres estados del llamado sertao, o interior, del noreste de Brasil a mediados de febrero mostró que los vientos en contra más fuertes para la reelección de Bolsonaro provienen menos de sus políticas más controvertidas que de una economía débil y una inflación desenfrenada que están golpeando a los más pobres.

Sin embargo, en lugar de traducirse en un apoyo sólido a su oponente Lula, de 76 años, mucha gente estaba indecisa sobre por quién votar.

Si el presidente tiene una oportunidad de cambiar la tendencia a su favor, es por su programa de asistencia en efectivo para las familias más pobres. En particular, su subsidio gubernamental insignia, el "Auxilio Brasil", se convirtió en algo crucial para su suerte electoral; y el desempeño de Bolsonaro en el noreste será un indicador clave de si puede ayudarle a conseguir suficientes votos para ganar un segundo mandato.

"El noreste será el campo de batalla de estas elecciones", dijo Creomar de Souza, director ejecutivo de Dharma Political Risk and Strategy, una consultora con sede en Brasilia. "Es donde Lula y Bolsonaro medirán sus fuerzas".

La elección de Brasil se perfila como una contienda descarnada entre polos opuestos del espectro político para determinar el rumbo de la mayor economía de América Latina en un momento de cambio. Líderes de izquierda tomaron el poder este último año en Perú y Chile, y pueden ganar en Colombia, a medida que crece la ira en toda la región rica en recursos por las desigualdades que quedaron expuestas y agravadas por la pandemia.

En Brasil, la división es geográfica. La región sureste, que incluye el centro financiero de Sao Paulo, representó el año pasado alrededor del 55% de la producción económica de Brasil, según estimaciones de LCA Consultores. Esta cifra se compara con el 13% del noreste; solo la región norte, escasamente poblada, fue inferior. En consecuencia, la región noreste es en la que más hogares reciben el Auxilio Brasil.

También es la única de las cinco regiones de Brasil que Bolsonaro no ganó en 2018. Pero con cerca del 30% de los 215 millones de habitantes del país, su equipo de campaña la considera clave para sus posibilidades de tomar el país.

Eso ayuda a explicar porqué el presidente visitó la región más que cualquier otra en el último año, registrando 31 viajes hasta finales de marzo, incluyendo el más reciente el 30 de marzo.

Bolsonaro no ganará en el noreste, reconoció su jefe de gabinete, Ciro Nogueira, en una entrevista con TV Globo emitida el mes pasado. "Pero tendrá una votación mucho más alta que la que tuvo en las pasadas elecciones", dijo Nogueira. "En general, creo que Lula gana en el noreste, pero perderá en el resto del país de forma muy significativa".

Los subsidios del gobierno van a condicionar ese resultado. La tasa de pobreza de Brasil cayó a un mínimo histórico del 4.8% en comparación a la población en agosto de 2020, ya que el gobierno de Bolsonaro pagó 600 reales al mes a las familias pobres en el punto álgido de la primera ola de la pandemia, coincidiendo con el punto más alto en el índice de aprobación del presidente. Cuando las ayudas se redujeron a la mitad en octubre de 2021, los niveles de pobreza volvieron a dispararse hasta el 13%. El gobierno paga ahora 400 reales a un número menor de familias. En promedio, Auxilio Brasil es el doble de lo que pagaba Bolsa Familia, el equivalente del gobierno de Lula.

En los días de pago, se forman filas que dan vuelta a la manzana en las sucursales bancarias, ya que la gente hace fila para recibir lo que para algunos es su única fuente regular de ingresos.

Ese es el caso de Francisca Vieira Gomes, de 53 años, y su familia en las afueras de Brejo Santo, una ciudad de unos 50,000 habitantes en el interior del estado nororiental de Ceará. Vive con su marido, un hijo de 26 años, su nuera y tres nietos pequeños en una casa improvisada de madera y arcilla cuyo techo está parcialmente cubierto con una lámina de plástico.

Nadie en la casa tiene un empleo formal. El tanque de gas se agotó hace dos meses y ella utiliza una estufa de leña para cocinar. A veces, dice, pasa hambre.

"Cuando Bolsonaro nos dio este dinero, nos ayudó mucho", dijo Gomes. Sin embargo, todavía no sabe por quién votará. "La situación aquí es difícil", añadió. "Solo Dios sabe quién ganará".

La inflación, que supera el 11%, impulsada por el aumento de los precios de los combustibles y los alimentos, está afectando al poder adquisitivo de todas las familias, pero especialmente de las más necesitadas. Un sondeo del instituto Datafolha publicado a finales de marzo reveló que uno de cada cuatro brasileños dijo que la cantidad de comida disponible en casa en los últimos meses era inferior a la necesaria para alimentar a la familia.

"La comida, la electricidad, el gas para cocinar, todo esto pesa mucho más en la vida de una persona que gana un salario mínimo", dijo Tania Bacelar, socia de la consultora Ceplan, con sede en la ciudad nororiental de Recife.

La Fundación Getulio Vargas, un influyente centro de análisis, considera pobre a quien gana menos de 261 reales al mes (56 dólares). Según esa medida, la pobreza se redujo constantemente durante los dos mandatos de Lula, de 2003 a 2010, y en el primer mandato de su sucesora Dilma Rousseff. Es un tambor que está tocando en la campaña.

"Durante el gobierno del Partido de los Trabajadores había comida en la mesa, empleos formales y un salario valorado", dijo Lula en un discurso televisivo el 29 de marzo. "Hoy, lo que vemos es hambre, precios altos y pobreza en las calles".

Luzia de Sousa, de 71 años, está de acuerdo en que la vida era mejor con Lula, y dice que tiene su voto. Ahora jubilada, recibe una pensión de 800 reales, pero sigue limpiando casas por 30 reales al día para ayudar a sus 14 hijos, numerosos nietos y bisnietos en Sao José de Piranhas, en el estado nororiental de Paraiba.

"Lula era muy bueno", dijo. Sin embargo, ahora, dijo, "los ricos ni siquiera miran a los pobres".

Bolsonaro está tratando de abordar ese déficit. A mediados de marzo, dio a conocer un paquete de 165,000 millones de reales de gasto social dirigido a los pobres y a la clase media. También eximió de impuestos a la importación a alimentos básicos, como el café tostado, el queso, los macarrones y el azúcar. Los sondeos sugieren que su apuesta por ayudar a los pobres le está ayudando a recortar la ventaja de Lula. Lula tenía un respaldo del 45% en una encuesta de Genial Investimentos/Quaest publicada el 7 de abril, frente al 44% de marzo, mientras que el apoyo de Bolsonaro subió a 31% respecto de un 26%.

"Brasil está pasando por un momento difícil", dijo el presidente en un acto público el 29 de marzo, citando el impacto de la inflación. Culpó a la pandemia y a las acciones de los gobernadores estatales en la aplicación de medidas restrictivas para contener la propagación del virus.

Más de 660,000 personas murieron de COVID-19 en Brasil, más que en cualquier parte del mundo excepto en Estados Unidos. Bolsonaro promovió concentraciones, ridiculizó el uso de mascarillas, criticó las vacunas y defendió las curas de curanderos. Las encuestas muestran que los votantes son críticos de su gestión de la pandemia, pero también expresan su comprensión hacia cualquier presidente que enfrente una crisis de tal magnitud.

"Es más probable que él sufra las consecuencias de una pérdida de poder adquisitivo y un alto grado de desempleo y subempleo que los resultados de la pandemia", dijo Graziella Testa, profesora de la Escuela de Políticas Públicas y Gobierno de la Fundación Getulio Vargas en Brasilia.

En Barro, una ciudad del estado nororiental de Ceará, el agricultor Cicero Antonio de Oliveira encuentra todo caro. El precio de un tanque de gas pasó de 70 reales antes de la pandemia a 120 reales en la actualidad. Un kilo de carne que costaba 25 reales ahora cuesta 40.

Oliveira, de 55 años, dice que recibió 600 reales del gobierno durante los cuatro meses de la pandemia, pero que no tiene derecho a la paga actual. Todavía no sabe a quién va a apoyar en las elecciones, pero tiene claro que no votará a Bolsonaro. "No creo que sea bueno", dijo.

Francisco Branco está menos seguro. Lula goza de más apoyo en su ciudad natal de Penaforte, en Ceará, porque "en su época era mejor para mí y para los demás", dijo Branco, de 61 años, que reparte barriles de agua en un carro tirado por caballos. Ahora, sin embargo, con el costo de la vida a la alza, dice que no sabe por quién votar.

El sertao, en el noreste de Brasil, se caracteriza por un paisaje árido con ramas retorcidas, cactus y ganado cuya piel se estira sobre huesos pronunciados, insinuando las penurias de solo tres meses de lluvia al año.

Conocida durante mucho tiempo como una parte pobre del país, hay señales de cambio. El sol constante y los vientos que soplan casi todo el año son una ventaja para la energía limpia, que ha contribuido a que se convierta en un exportador neto de electricidad.

Mientras que antes el agua se suministraba mayoritariamente en camiones –tradicionalmente a cambio de votos en las pequeñas ciudades–, ahora se está llevando a cabo un enorme proyecto de irrigación para desplegar el río Sao Francisco. Concebido por primera vez en la década de 1870, las obras de los 700 kilómetros (435 millas) de canales se iniciaron en 2007 con Lula y se están completando con Bolsonaro. Una medida de su éxito es que ambos bandos están discutiendo sobre quién merece el crédito por el proyecto de infraestructura de casi 15,000 millones de reales que atraviesa cuatro estados y tiene el potencial de llevar agua a 12 millones de personas.

Para Bacelar, ex secretario de planificación y finanzas del estado de Pernambuco, el noreste debe ser visto como "parte de la solución" y no como el epítome de los problemas de Brasil.

Eso no le sirve de consuelo a José Demontie de Souza, de 61 años, quien vivió en Sao Paulo durante 14 años antes de regresar a Ceará. Ahora duerme en una hamaca y solo tiene electricidad porque se conecta a la casa de al lado. Su refrigerador está averidado y le sirve de armario.

No le gusta Bolsonaro, pero tampoco piensa votar por Lula. El aumento de los precios está provocando "la peor crisis" que ha visto. La vida, dice, "debería ser mejor para los que tenemos cierta edad".

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